Mientras que existen países que hacen frente a la pandemia con autodisciplina, hay otros que optan por sistemas de monitoreo invasivo. Ambos métodos tienen sus virtudes y bemoles. Aunque, al final de cuentas, dichos métodos y técnicas tienen un mismo lugar de confluencia: la urbanidad. Ese espacio que compartimos los seres humanos para expresar lo inexpresable y para sentirnos unos a otros.
Esos indescriptibles ritmos y sensaciones que provoca cada ciudad en un ser humano suficientemente sensible para experimentarlo hablan de esa existencia intangible de un “sabor” de ciudad construida por los acuerdos de sus habitantes. Dichas sensaciones en gran medida son mediadas gracias a la vida social de estos espacios porosos públicos que están embebidos en las ciudades. La generación de estos espacios de confluencia y vibración sincrónica dependen de la capacidad de uso de los espacios públicos y los privados comunes.
Somos rehenes del COVID19
¿Existirá una nueva normalidad? Sin duda, una normalidad donde la ciencia, tecnología y la capacidad del Estado por coordinarlas podrán generar nuevos equilibrios sociales. Desde la esperanza y los rumores de vacunas de potencias globales hasta las medidas de protección personal que podemos tomar para seguir conviviendo, la vida urbana continuará.
Para poder recuperar la normalidad, se requiere de complejas infraestructuras, de sistemas de información en tiempo real donde se tengan índices de riesgo y posibilidades de contagio. Esquemas como los de Google y Apple, así como de distintos gobiernos, son públicos y permiten generar inteligencia epidemiológica urbana. A través de los mismos es posible determinar vectores de contagio, delimitar zonas con sus respectivas características y, finalmente, ofrecer información oportuna para que la población cambie patrones de decisión. Sé que esto último es muy criticable, tomando en cuenta que no somos los seres más racionales pero, sin duda, mayor información sí influye en el tipo de decisiones que tomamos.
Dichos sistemas son eficaces. En múltiples países asiáticos están operando y dan información al Estado como también al individuo (tema aparte resulta interesante preguntarse por qué en Asia es más común la solidaridad comunitaria por encima del individual). Lo anterior permite generar inteligencia de qué acciones directas del Estado pueden tener un efecto de mayor impacto para mitigar contagios y maximizar zonas de protección anti-COVID.
La nueva normalidad, por la naturaleza de exclusión de muchas ciudades, se verá en función de cómo estos sistemas generan nuevos lugares seguros y quiénes tendrán acceso a éstos, dado que teniendo esta información es posible optimizar para detectar y reducir vectores de contagio ligados al territorio. Así pues, esto forzará una nueva normalidad donde habrá quienes tendrán acceso a centros de alta seguridad sanitaria y otros que no. La dimensión de equidad e igualdad para la salud hace imprescindible la acción decidida del Estado como ente regulador.
Mientras que las capacidades de pruebas a nivel global no sean tales que permitan generar pruebas en torno a millones por día, será imposible poder contener un virus altamente contagioso. De la misma manera, esta infraestructura es útil globalmente para detener cualquier brote viral o bacteriano de manera expedita. Basta recordar que para proteger Wuhan, China, se ha logrado lo que parecía impensable para occidente: realizar 10 millones de pruebas en 14 días. Dicha infraestructura y capacidades están accesibles ya a nivel planetario y es responsabilidad de quienes creemos en visiones de igualdad y equidad que la tecnología sirva para una mejor y más justa realidad para todos.
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