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Foto del escritorJavier Jileta

El Futuro del Transporte en México: Trenes de Alta Velocidad como Motor de Integración Nacional y Cultural (Parte 2)

Un mes después de haber ganado las elecciones presidenciales, la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo anunció un plan para la construcción de tres rutas de tren de pasajeros. El proyecto considerado incluye trazos que van, el primero, desde el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) hasta Pachuca; el segundo, conectando México-San Luis Potosí-Monterrey-Nuevo Laredo, y el último, México-Querétaro-Guadalajara. Estamos hablando de ciudades y corredores económico-industriales ya establecidos en el país y que tienen un constante flujo e intercambio de personas y mercantil.

 

Pero, entonces, ¿por qué hacer un tren de pasajeros? Cada día, por estos corredores van y vienen un sinnúmero de automóviles particulares, camiones de pasajeros y cargamento. ¿Cuál sería la diferencia de contar con un tren de pasajeros?

 

La idea detrás es muy sencilla: estamos hablando de la facilidad de tener una opción disponible para el resto de la población que, al no contar con un auto particular, o no dedicarse al mundo mercantil ni tener algún tipo de conexión sencilla de transporte que los lleve a estos lugares pueda pagar su boleto, subirse a un tren y visitar una parte del país que hasta este momento seguramente desconoce. ¿Se trata entonces de fines turísticos solamente? Yo creo que va más allá de eso. Recordemos que México es en realidad muchos Méxicos, y que las tradiciones, gastronomía y cultura no son las mismas ni en el norte, ni en el centro, ni en occidente, ni en el sureste del país.

 

Esta visión busca algo más profundo: romper el aislamiento cultural que ha caracterizado a muchas zonas del país, permitiendo que las tradiciones y costumbres de diferentes regiones se conozcan y valoren mutuamente. Un sistema de trenes de alta velocidad puede ser el motor de un rediseño nacional, integrando las regiones centro y sur, y cimentando la prosperidad compartida.

 

La ausencia de medios de transporte disponibles y asequibles ha propiciado que estas zonas crezcan como silos independientes la una de la otra. El tema comercial es importante entre estas ciudades, sí, pero existe un potencial de conexión intercultural que no hemos explotado. Seguramente, para una persona de la península de Yucatán, las tradiciones de alguien del norte del país parezcan completamente algo “extranjero”, cuando no lo es. Yo considero que, con la complicada historia que nos llevado al día de hoy, es quizá una deuda histórica que en plena revolución tecnológica no hayamos podido consolidar una red de trenes para al menos conocer la riqueza cultural en lo largo y ancho de México.

 

Es necesario romper este aislamiento en el cual estamos inmersos. Nuestra identidad como mexicanos, nuestra idea de desarrollo, prosperidad y progreso pueden ser exponenciales al momento de empezar a construir estos canales.

 

Con el fin de ejemplificar, me gustaría dar un poco de contexto histórico europeo: La idea de los trenes, además de coincidir con el principio de lo que significa una visión de país, cuenta con un componente adicional que agiliza la ecuación. Un tren, por sí mismo, es ya un proyecto de interconexión y flujo entre, al menos, dos lugares.

 

Para rediseñar el país, y sobre todo ahora en el tema de los trenes, la oportunidad que tenemos frente a nosotros tiene tres componentes de los que me gustaría discurrir.

 

Antes que nada, y como introducción histórica, la extinta Unión Soviética diseñaba lo que se llamaba la “Ciudad Moderna”, la cual incluía ciertos elementos. El primero de ellos era un concepto social y de equidad: la forma en la que están construidos sus edificios y rascacielos es muy particular y distinta a la de Occidente, y esto se refleja en mucha de la arquitectura de Europa del Este.

 

Los edificios eran anchos; a diferencia de todos los edificios de Occidente, que resaltan más por su altura. Aquellos de la Unión Soviética tenían una especie de podio abajo muy amplio, y de ahí salía del centro la parte más alta. Como referencia, un edificio que cumple este precepto es el Palacio de Cultura, ubicado en Varsovia. Esta forma de construir sus edificios tenía que ver con una visión que había en ellos sobre la importancia de que todo lo que se hacía estuviera sustentado en muchas personas.

 

Una vez que hacían esto, también privilegiaban otro componente: el automóvil. En la Unión Soviética había más autos que en Occidente; sin embargo, sucedía algo muy interesante con sus ciudades: las diseñaban de tal forma para que hubiera un flujo continuo de vehículos. Eran ciudades en movimiento constante, lo cual impregnaba en el inconsciente la idea de dinamismo, avance y, por supuesto, progreso. Hoy en día pensamos en ciudades que no se detienen, y lo mismo vienen a la mente sedes como Nueva York, Singapur, Londres o Ámsterdam. Este mismo era el principio: urbes donde existen continuo intercambio y, por ende, hay servicios, orden, seguridad y vitalidad. Recordemos que, sin las personas, las ciudades son entes inertes.

 

Para mantener este sistema, los soviéticos promovían construcciones denominadas “pirihot”, que es un concepto ruso, el cual conlleva la idea de hacer pasos peatonales por debajo de las avenidas concurridas. Entonces, las ciudades rusas nunca detenían su velocidad; daban la impresión de estar siempre en movimiento. Así, tenías a peatones al lado de avenidas y autopistas; a una velocidad de 80 km/h. Este modelo de ciudad se aprecia hoy en Moscú, en Varsovia, y en ciudades diseñadas por este régimen.

 

El siguiente atributo que tenían era la manera en cómo intercomunicaban todo. La red que tenía la Unión Soviética era una que conectaba todo por tren para darle cierta movilidad eficiente en términos de mercancías y personal militar. De hecho, todo estaba diseñado de tal forma para que no pudieran interconectarse y, de esa manera, poderse proteger de invasiones militares.

 

Con lo anterior, quiero dar contexto sobre las oportunidades que un proyecto de trenes puede traer para el caso particular de México. De nueva cuenta, creo que es importante tener a la vista que cualquier proyecto requiere de un paso previo que es el “para qué” o “con qué fin” se realiza.

 

En el caso particular de México veo tres cosas: la primera tiene que ver con diseñar cuáles van a ser los conceptos ideológicos, que ya fueron asentados en una primera etapa por el presidente Andrés Manuel López Obrador y que, básicamente, son los conceptos de justicia y austeridad, así como esta contraposición de terminar con el abuso histórico.

 

Su política siempre ha sido la de cambiar e instaurar algo nuevo, antes que mantener las estructuras añejas. Y en ese sentido sí hay un reemplazamiento que lleva un cambio importante en el país. De esta forma, la llamada “austeridad republicana” y los conceptos de justicia se integran ahora al concepto de “prosperidad compartida” de la presidenta electa, Claudia Sheinbaum Pardo, cuya visión de prosperidad puede verse reflejada en sus bases en la idea del Atlas prospectivo territorial e industrial del que he hablado y que sentó las bases de una visión de zonas económicas dentro del país con el potencial de crecer a través de las virtudes y recursos humanos y económicos que tienen.

 

Así pues, tras tener una visión ideológica, lo que sigue es la forma en que se ancla a la realidad. Los soviéticos tenían estos edificios, autopistas, trenes, multifamiliares, tan característicos, y la realidad era que todas las personas tenían vivienda; era casi inexistente la gente en situación de calle. Y eso no es algo menor en una sociedad, y nos hace dar cuenta de algunos aciertos que tuvo ese régimen para haberse mantenido por tanto tiempo.

 

En el caso de México, el anclaje de esta visión de justicia y equidad comenzó con el Tren Maya, el Tren Interoceánico, y el resto de los programas sociales. Pero, aun así, va más allá de todo esto. Ahora, con las líneas de trenes propuestas por la presidenta electa, estamos hablando de formas de anclar y de dar un nuevo sentimiento de nación a través de una “República Conectada”. Por eso, yo creo que esas líneas de trenes no deben ser de mediana velocidad; es decir de 120 o 150 km/h, sino de arriba de 300 km/h. Debe ser una marca significativa de un antes y un después; superior a las líneas de trenes que tiene Estados Unidos entre Washington y Nueva York (Accela), con el fin de que pueda ir a una alta velocidad y ser en sí mismo toda una experiencia y símbolo de prosperidad.

 

La idea que quiero dejar planteada aquí, más allá de la propiedad del proyecto, rutas o cantidades de líneas, es la del simbolismo que representan esos trenes. Y, aunque bien es importante porque nos hablará de lo redituable que son, su valor va más allá de los números y se refiere al valor que le añadirán al concepto de identidad de México y cómo conectarán las diversas culturas que aquí existen.

 

Quizá de las líneas propuestas no se alcancen a hacer todas en alta velocidad; sin embargo, hay que recordar que, comparativamente, países como China tienen más de 42 mil kilómetros de red ferroviaria de alta velocidad, mientras que México tiene apenas 1,500 km del Tren Maya de baja velocidad, a los 3 mil que añadirá, aproximadamente, de los que se harían de las nuevas líneas.

 

Esto nos lleva a que si México reconecta y crea esta red no sólo se trata de la transportación de mercancías, que sí influiría, pues la conexión entre el norte, centro y sureste del país ha sido muy limitada y es vital para el desarrollo. Al reducir la distancia entre ellos existe una integración que está pendiente, y que se trata también de una integración social, pues norte, centro y sureste son regiones distintas.


El simbolismo de los trenes de alta velocidad trasciende la movilidad física. Así como los sistemas ferroviarios en Francia, Alemania, Reino Unido y China, se convirtieron en emblemas de progreso y cohesión, México tiene la oportunidad de posicionar su red ferroviaria como un motor de integración social y cultural. Estos trenes no solo conectarán regiones, sino que también ayudarán a fortalecer los lazos emocionales y culturales entre los mexicanos, permitiendo una mayor unidad nacional.


Al igual que los edificios de la “Ciudad Moderna” reflejaban una visión social de colectividad, una red ferroviaria moderna en México podría ser un emblema de integración y equidad, alineado con los principios de justicia social promovidos por la Cuarta Transformación. Cada estación podría ser un centro de actividad social, económica y cultural, revitalizando áreas rezagadas y sirviendo como puntos de conexión entre regiones previamente aisladas.

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