Los espacios urbanos tienen ritmo y tono. Estos espacios son hogar para las aglomeraciones humanas. Son los lugares donde gran parte de nuestra especie reside, donde generamos los recursos para nuestra subsistencia y que representan los más grandes anhelos para vivir mejor. Sin estos espacios de diálogo y conflicto, la existencia humana sería más estéril y quizá más violenta. Aunque, ahora más que nunca, los ritmos a los cuales cada ciudad se mueve han cambiado.
Los ritmos de las ciudades me recuerdan a Lefebvre y su descripción del movimiento de París. Un movimiento lleno de colores: los sonidos, quienes toman café murmurando, los movimientos de personas según las horas en las líneas de metro de París. La percepción del ritmo de las ciudades puede ser muy personal o altamente técnico. Por ejemplo, en mi experiencia, para sentir una ciudad hay que pasar por lo menos 2 a 3 semanas inmerso en ella para conocer sus rostros de mañana, de medio día, de noche, así como de fin de semana. Es así, a través de un cúmulo de experiencia perceptiva, que se genera una apreciación interna, una visión de qué es el ente urbano que una ciudad engendra. Aunque si bien Lefebvre no alcanzó a vivir la revolución tecnológica con su muerte en 1991, sí le habría interesado conocer los movimientos digitales.
Todas las ciudades tienen una huella digital. No sólo entendida como aquello que produce para consumo en internet, sino los flujos que tiene de personas a lo largo de sus ciudades, qué intercambian a través de estas redes, qué imágenes, videos u objetos agregados. Ahora, con el influjo de las tecnologías de inteligencia artificial, hay particularidades en relación con lo que las personas buscan, les inquieta, les desconcierta, pero también les emociona y les despierta. Conocer estas tendencias y su evolución nos marca en una nueva forma de percibir ciudades. Es decir, la experiencia de la ciudad ahora se extiende a lo que su cúmulo de personas hace interactuando entre lo físico y lo que cuestiona, busca, interactúa en las aplicaciones de inteligencia artificial y redes sociales.
Las tonalidades de las ciudades las percibo como el sabor que cada ciudad da a quien interactúa con ellas. Siempre recuerdo que se dice que Nueva York se vive mejor en octubre, como también París. El clima, la luz, el ánimo generan una atmósfera que afecta los ritmos de movimiento virtual y físico que tiene cada ciudad. No es lo mismo ir a trabajar a media luz, que con el estridente sol de verano, por lo que las tonalidades son características inherentes al contexto en el cual se enmarcan los ritmos de cada urbe. Estas tonalidades están en gran medida indicadas o influenciadas por el clima y el contexto global.
Ahora, a mitad de la crisis del cambio climático, hay quienes plantean detener el movimiento, y hay quienes creemos y apostamos por la ciencia. Soy un optimista racional. A través de nuestro ingenio y capacidad de innovar, considero que seremos capaces de sortear la tragedia en la cual hemos decidido meter a todo nuestro ecosistema y poner en riesgo nuestra mera existencia. Por lo cual, lo que hagamos para defendernos de la crisis climática requiere de un importante esfuerzo, porque quienes menos tienen puedan ser beneficiarios de las soluciones. Hoy, como antes, quienes tienen cómo sortear los problemas del cambio climático se mudan de un lugar a otro, pero hay quienes no tienen cómo mudarse dentro de la propia ciudad para evitar las inundaciones y cataclismos que afectan sus hogares.
Modificar el ritmo y tono de las ciudades va más allá de sólo percibirlas. Se trata de entender que somos parte del fenómeno y, a su vez, influir en cómo puede mejorar la experiencia colectiva. No quiero ser parte de un ritmo y tono donde cada vez somos más desiguales y hay más sufrimiento entre las personas. Busco un momento en el que las ciudades sean más que un anhelo por una vida mejor; como lo fue la Ciudad de México por tantos siglos. Creo que debe ser un lugar donde haya mínimos de bienestar que garanticen que todos sean parte de una mejor experiencia de vida.
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