Desde la distancia, añorar es más fácil. Hoy quiero compartir tres ideas que llevan meses en mi mente. La primera: la importancia de la diversidad y la aceptación en la sociedad mexicana. Después, la tradicional e histórica neutralidad mexicana internacional. Finalmente, algunas dilucidaciones sobre la violencia en México.
Empezamos el camino en la importancia de la aceptación de lo diferente. Para mí, la historia comienza con mi propio entendimiento de mi contexto social. Desde pequeño, tuve la oportunidad de estudiar en un colegio bilingüe; a veces con pesar de mi padre, que siempre quiso que fuera más francófilo que anglófilo. Dicho sea de paso, tanto mi madre como mi padre siempre han sido firmes admiradores de Francia y su cultura. De ahí heredé el gusto por cuestionar continuamente y contestar cuando algo no me parece. Sin embargo, mi educación de corte anglosajón me sirvió para poder entender los complicados entramados construidos después de los pactos de Bretton Woods.
México, un país rico, un país pujante, lleno de esperanza y más aun, con una enorme diversidad cultural prehispánica como poshispánica, sufre en insertarse a un mundo global. Si bien económicamente somos uno de los 20 países más exitosos del mundo, México sufre de un amor por lo extranjero, mientras que desconfía de su principal socio y quizá el mayor responsable del desarrollo económico del país en las últimas décadas: Estados Unidos. Sé que es controversial darle la justa dimensión que ha tenido la integración económica norteamericana, aunque negarlo poco abona a entender dónde estamos parados y hacia dónde podemos usar las herramientas que tenemos.
La diversidad de México, en términos culturales, contrasta con su carencia económica notable. En nuestro país existe una enorme pobreza, más allá de la monodimensionalidad de vivir con “X” cantidad de dinero. Económicamente, somos en su mayorí productores de autos; ahora con una parte eléctrica para los más ricos del mundo, y con un poco entendimiento de la importancia de los hidrocarburos en la mezcla energética para la equidad. Es decir, nuestro país tiene una enorme riqueza en términos culturales, y en términos económicos no tenemos diversidad: somos monoexportadores (principalmente). Además, México sufre de no tener un sueño o anhelo por un nuevo porvenir. Ese sueño se ha limitado ahora a que dejen de abusar del país quienes nos gobiernan. No me parece un anhelo menor, aunque sí mediocre para un país tan rico, diverso y próspero como el que somos.
En términos internacionales, contamos con una enorme capacidad de diálogo a nivel global. Quizá entendida en gran medida por nuestra necesidad de empujar a nuestro país, a pesar de nuestro poderoso vecino. Adicionalmente, nuestro país no logra entenderse con la responsabilidad de mediana potencia. No tenemos un plan estratégico global de qué es lo que queremos impulsar. Quizá el Presidente AMLO tiene razón en que primero tenemos que tener claridad en qué queremos dentro de nuestro país para después proyectarlo. De cualquier modo, el ser neutrales ante tantos atropellos globales sólo se explica por nuestra histórica carencia de independencia y constante intervención por poderes imperiales y la nueva “democracia” del vecino. Sé que habrá quien no esté de acuerdo, aunque este mito lo he escuchad, decenas de veces entre decenas de diplomáticos. A veces que escucho a diplomáticos latinoamericanos hablar de México, pareciera que repiten el mismo pensar que tenemos en México acerca de EEUU. Tomar partido es difícil; es parte de nuestra historia. Tendríamos que ignorar el siglo XIX, aunque cuestiono, ¿será prudente seguir moldeando nuestra política exterior por visiones de más de 150 años? No lo creo.
Finalmente, agradezco el nunca haber vivido a mitad de un conflicto armado. Si bien México es el país más violento del mundo; lo veo debatible. No vivimos en una dinámica de bombardeos, así como de cadenas de suministro de alimentos interrumpidas. Si bien la muerte nos ronda continuamente en nuestras ciudades aquejadas por violencia, argumentaría que todavía hay lugares dentro del país que no se encuentran en control pleno del crimen organizado. Sí, es un segundo Estado dentro de México, pero seguimos luchando por recuperar el imperio de la ley.
Escuché de refugiados sirios, así como ucranianos, las tragedias en las que viven para poder sobrevivir. La migración en el periódico es una cifra, una idea; no una vida de una persona. El haber perdido a quienes se ama, más que lo que se tiene, debido a un conflicto entre quienes buscan controlar a otros, cambia cómo estas personas ven la vida y lo que aprecian. Veo muy difícil poder hacer entelequias mentales para poder defender la invasión de países y las intervenciones que destruyen comunidades. Escucho que muchos piensan que es necesario luchar para poder cambiar las cosas, y la sangre derramada es parte de un proceso de cambio. Mientras otros me comparten cómo es preferible rendirse y subyugarse que perder a quienes se ama. Ambas posturas tienen sus bemoles; al final, en cualquiera de los bandos, el sufrimiento humano está presente.
En México me parece que están sucediendo las tres cosas a la vez. Estamos en una lucha por una diversidad, y la polarización no la hace una persona, sino una sociedad que no ha podido zanjar las diferencias y encontrar lo que se comparten. Un país donde la política exterior muestra también la diferencia que existe entre quienes gobiernan y los gobernados. Me recuerda a una frase de mi mentor Sam Pitroda: “Vivimos en el siglo XXI con instituciones del siglo XIX”. Conforme pasa el tiempo, me doy cuenta de que mi país requiere un compromiso con un sueño nuevo, con una aspiración honesta de quiénes somos y qué queremos. Aunque para lograrlo, habrá que despojarse de los resabios de un mundo anticuado y resentido.
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